Por Fabricio Portelli
Cuando un argentino se sube a un taxi al llegar a Sicilia, lo primero que pregunta el chofer es si viene a conocer el pueblo de sus abuelos.
En Sicilia todo es expresivo; la calle muy ruidosa (como en Buenos Aires), y la gente habla moviendo mucho las manos; un movimiento gesticular heredado de un lenguaje mafioso. Pero el siciliano también tiene su propio idioma, y aunque suene más como un italiano cerrado, es muy rico gracias la influencia de todos los pueblos que han visitado esa gran isla al sur de Italia. Allí, todos tienen tanta personalidad que sus habitantes se reconocen más como sicilianos que como italianos.
Este enclave en el corazón del Mediterráneo fue el objeto del deseo de una diversidad de pueblos atraídos por su posición estratégica y la fertilidad de su paisaje. El paso de fenicios, griegos o romanos, encadenado con el de bizantinos, árabes y normandos, fue perfilando a lo largo de casi 4.000 años de historia una identidad distintiva y un legado cultural único. Y como si eso fuera poco, ostenta paisajes increíbles. Pero más allá del Etna, sus verdes colinas y sus interminables playas, la comida y sus vinos la hacen inolvidable.
Hay cientos de blancos y tintos, y son muy diferentes a los nuestros. Hijos del sol, pero también con influencia marítima, la canopia (follaje) suele ser frondosa para proteger a los racimos de la irradiación, aunque no llueve tanto como su verde paisaje sugiere. El clima es seco y caliente durante el ciclo de madurez, pero de noche hay brisas marinas.
Si bien Italia es, junto con Francia, el principal productor de vinos del mundo y posee innumerables cepajes autóctonos, el sur de Italia no es tan prestigioso por sus vinos como el norte (Piamonte) o el centro (Toscana). Sin embargo, hay vinos que hablan por si solos; y mucho más en ese entorno; y han trascendido las fronteras.
Los blancos son frugales e intensos, con buena frescura, directos y amables; también vivaces. El Zibibbo (Moscatel de Alejandría) quizás algo invasivo, el Catarratto y el Grillo bien frutales, pero más moderados y el Carricante más equilibrado; con un carácter de frutas y flores blancas, ideal para disfrutar como aperitivo y con frutos de mar. En tintos, la uva madre es la Nero D´Avola, pero no la única. Para empezar a disfrutar las pastas y los pescados, un joven Frappato o un Nerello Mascalese con algunos años son ideales.
Ambos tienen más aspecto de Pinot Noir que de Malbec, y una frescura bien integrada. Son simples al principio, pero de texturas complejas, y en la mesa se convierten en superhéroes. También hay un tapado autóctono y que está resurgiendo; el Nerello Capuccio. Sin embargo, el rey de los tintos es el Nero D´Avola, que puede ser fluido y con agarre, y evolucionar delicado y licoroso. O también más nuevomundista, con cuerpo y jugosidad. En todos los casos, los vinos de Sicilia son frescos y apoyados en sus texturas incipientes, y únicos como sus paisajes y su gente.
Será difícil replicar la experiencia de regreso en casa, pero con las fotos a mano, un buen plato de pastas y buenos vinos, es posible. Un fragante Torrontés, o un Pinot Noir o un Malbec joven y vibrante del Valle de Uco, pueden servir para revivir un viaje que, sin dudas, será inolvidable.
5 vinos sicilianos imperdibles
Grillo, Vigna di Mandranova, Sicilia DOC, Alessandro di Camporeale 2017
Roso del Soprano Sicilia, Azienda Agrícola Palari, 2014
Nerello Capuccio, Terre Sicilaine Rosso, Benanti 2016
Cerasuolo de Vittoria Organic DOCG Classico, COS 2016
Mile e Una Notte, Donnafugata 2016
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